Según un estudio publicado en Vinetur, el consumo mundial de vino en 2024 cayó a su nivel más bajo desde 1961. Pero esta caída no es un simple ciclo económico: es el reflejo de una transformación cultural profunda que reconfigurará por completo la industria para 2050.
El nuevo arquetipo de consumidor será el “consumidor de portfolio”: una persona, principalmente Millennial o Gen Z, que elige qué beber en función del contexto, el propósito y sus valores. Ya no se definirá como “bebedor de vino”, sino como alguien que elige entre vino, cerveza artesanal, cócteles, bebidas funcionales o sin alcohol según el momento. Esta tendencia agnóstica a la categoría desplaza al vino del lugar privilegiado que ocupó durante décadas.
En el caso de las decisiones de compra, éstas estarán motivadas por tres valores clave: sostenibilidad, autenticidad y bienestar. Este consumidor exigirá transparencia total, trazabilidad tecnológica y un compromiso ético real por parte de las marcas. Las opciones sin alcohol y de bajo contenido alcohólico serán esenciales para estar presentes en todo tipo de ocasiones. Y la premiumización —beber menos, pero mejor— se convertirá en el principal motor de valor.
La tecnología jugará un papel determinante: el blockchain permitirá crear un “terroir digital” donde cada botella será rastreable desde el viñedo hasta la copa, y la inteligencia artificial será clave para ofrecer experiencias personalizadas. La historia detrás del vino, su impacto ambiental y su coherencia con los valores del consumidor serán tan importantes como su sabor.
En conclusión, la industria vitivinícola que quiera prosperar deberá abandonar el modelo tradicional basado solo en legado y denominación. Deberá convertirse en una empresa de bebidas adaptada al consumidor consciente y conectado, capaz de ofrecer experiencias memorables, éticas y verificables.